sábado, 27 de septiembre de 2014

( Capítulo II) El búnker. Mi experiencia en Exodus.

     
     Lo primero que conocí de Exodus fue su cuartel general en el parador de Playa Blanca, mejor conocido como "El búnker", entre quienes trabajábamos en la película. Hermosa estructura que semeja una fortaleza y que se encuentra un tanto retirada de la ciudad de Puerto del Rosario, tocado, por uno de sus flancos, por la franja atlántica de mar. Una vez atravesados sus muros, empezaba la aventura de un hervidero de gente que, desde esas oficinas, tenían una única misión: sacar Exodus adelante, fuera lo que fuera y costara lo que costara.


     Poco a poco fui entendiendo que la gente de cine nunca duerme y apenas come. Como un gran pulpo de mil tentáculos se ensambla una gran familia, donde todos son importantes; y aunque responden a una jefatura, se trabaja de forma horizontal. Probablemente laboraban más de cien personas en ese centro neurálgico, las 24 horas del día, que podríamos definir como el corazón administrativo de la película. Pienso, según mis observaciones, que desde allí se movía todo lo relacionado a la logística, papeles, contrataciones, servicios y la colosal oficina de transporte; que definía y diseñaba la estrategia para movilizar y ubicar un ejército de personas, vehículos, aviones, barcos... que se les venían encima desde varios continentes.

      Por esas circunstancias de la vida coincidí con mi hija Martha Helena trabajando en la película, haciendo lo mejor que podíamos, en nuestros modestos pero importantes roles; pues algo que aprendí de esa mística de trabajo, es que todos y todas son piezas fundamentales de un gran todo. Mi dulce niña se desempeñó, junto con sus compañeros y compañeras,  en uno de los trabajos más intensos que en este tipo de labores, uno se pueda imaginar. Pienso que lo que ocurría con ella, ocurría a los demás. No tenía descanso ni horario fijo. Trabajaba en la coordinación de transporte, de pie justo a la entrada de la puerta principal del búnker, durante infinitas horas. Quienes visitaban la edificación, necesariamente se topaban con ella y su sonrisa,  su personita llena de teléfonos y cables, su excelente atención. En frente de una gran pizarra hacía las anotaciones pertinentes, de las órdenes recibidas, para la movilización idónea de cientos de choferes y transportistas entre muchas otras tareas. Entendí que con teléfono en mano y audífonos en los oídos, debía saber, por encima de todo, dónde se encontraba cada unidad, de las cientos que coordinaba, en todo momento. Estaba orgullosa de su flota de camiones a los que llamaba cariñosamente: "mis camioncitos" .


     ¡Qué guerrera! ¡Qué dulce muchacha! ¡Qué manera tan educada y amable de atender a las personas! ¡Cuánto cariño y qué don de gentes! Y que orgulloso padre contemplaba aquella nuestra obra, obra comunitaria, obra venezolana - país que transita hoy entre tempestades y rayos de sol - ejerciendo en su trabajo  magistralmente la enseñanza fundamental de su padre y su madre, y nuestras bellas amistades,  allá en nuestra lejana y siempre amada Tabay, cuya fórmula  se resume: en considerar al otro tu  igual, como base necesaria para el desarrollo social. Tratar a las personas con la mayor de las dulzuras, pero, a la hora de las luchas, tomar las decisiones con aplomo sin jamás humillar a nadie, en la búsqueda imperiosa del bien común; hacer sencillamente su  trabajo con amor.

     Sentí que los 15 años de adiestramiento exclusivo y paciente a nuestros hijos allá en  Los Andes, junto a todos los hijos e hijas con quienes tuvimos el privilegio de colaborar, se revelaban ante mis ojos, como una mágica retribución a los tiempos vividos en la sencillez y el retiro en esas preciosas montañas de nuestra tierra, surcadas por ríos bravíos e impetuosos. El resultado de  renunciar a la ciudad, sus sueldos y sus comodidades,  a finales de los ochenta; y empezar a vivir la vida que habíamos escogido, se revelaba generoso en el ahora. 


       Martha niña apenas contó  en su primera escuela -de dos salones y techo de latón- con un puñado de niños del caserío, como compañeritos de clases; algunos de ellos mayorcitos que aún no sabían leer ni escribir, pero que comenzaban a recibir las primeras enseñanzas escolares de mano de excepcionales madres voluntarias que hacían las veces de maestras,  quienes alimentaban a los niños en los solares y patios de las humildes casas de la vecindad.

     Aquella mágica, maravillosa escuela donde su madre fue su primera maestra, junto con otras madres maestras, abrió el camino para quienes venían atrás entre ellos su hermano menor. Aquella universidad de la vida en el caserío de La Mano Poderosa del estado Mérida, que me formó y llenó el vacío que había en mí, en cuanto a la responsabilidad social, me permitió ejercer el servicio a los demás. En esa escuelita diminuta esas criaturas aprendían  a  compartir la carga. Doy testimonio de niños protectores de los más desvalidos, amigos solidarios; pequeñines trabajando en grupo, siguiendo instrucciones en el más hermoso de los silencios. Respeto emanado del amor y agradecimiento que brota de los niños y niñas hacia sus maestras y maestros.

      Aquella hermosa escuela venezolana que despertaba inspiración, había unido a las autoridades y a la población. Aquella escuela donde los niños, ahora adultos,  cargaron saquitos de arena para ayudar a sus padres a levantar sus simientes. Aquel paraíso terrenal, donde aprendimos lo que era un país y la dulzura y bondad de su gente. Aquella escuela donde en lo personal, aprendí a leer y escribir de verdad verdad.



       Habíamos logrado transmitir a nuestros hijos lo importante del amor a las personas, los animales y las cosas. El respeto fundamental y el entendimiento de que primero están los otros, y luego seguimos atrás. Y el pecho se me inundaba de gozo al contemplar a la Martha: embajadora, soñadora, amable, emprendedora, representante auténtica de la mujer venezolana en el exterior, caraqueña, andina y ahora isleña y mujer universal, desempeñando un trabajo agotador, sin rendirse nunca y sin atropellar a los demás, durante días, semanas y meses. En las noches cuando se permitía dormir, lo hacía por un par de horas; horas que yo cuidaba con adoración de padre sabiendo que sería su sueño interrumpido por constantes llamadas telefónicas de la producción, que eran atendidas con las más hermosas palabras hacía sus interlocutores.

      ¡Perdonen, si me he pasado,  por este amor de padre desbordado; que hoy comparto  con ustedes, perdón! 

     Con seguridad en otras partes del mundo ocurre la misma historia paralela, una y otra vez, otros padres y otras madres velando el sueño de sus hijas e hijos; a sabiendas que no duermen sólo reposan.

     Ahora bien, y para continuar mi relato, aún faltaban semanas para que el rodaje empezara; por lo cual me sobraba tiempo para desarrollar una estrategia de entrenamiento físico, psíquico y espiritual que me ayudara a resistir los duros días que, como extra en el desierto de esta isla tan cercana a África, me esperaban. Debido a las condiciones extremas de los parajes, las interminables marchas bajo el ardiente sol de Fuerteventura, las carreras intempestivas, las comidas andando y en fin, las duras condiciones que las escenas requerían; la productora exigía las mejores condiciones físicas de los participantes.

   Durante semanas y antes de iniciar el rodaje, constituí una rutina de ejercicios físicos que comenzaba con calentamientos de tensión dinámica frente a la playa; que se sucedía por largas caminatas, para posteriormente arrancar a trotar por toda la orilla del mar y aumentar la velocidad hasta correr al encuentro, varios kilómetros más allá y por la misma línea costera, de mi hija en su sempiterno lugar de mando en el búnker.


     Corría a través de las piedras de las playas, saltando y esquivándolas. Corría por aquel espíritu humano aventurero que, a pesar de mis sesenta y tantos años, prevalece en el corazón. Corría con el sol en la cara, por los años pasados y las múltiples renuncias que nos ha tocado hacer: corría por mis padres amados y enterrados, corría por mis hermanos, corría por la gente que quiero, por la música y la poesía, por mi amada Mérida a la que tanto extraño. Corría por mis amigos para que corrieran a mi lado. Corría para que la justicia llegue alguna vez a este mundo y corría particularmente por Venezuela, mi patria eterna, para que de una vez por todas sane la herida abierta, corriendo por estas maravillosas islas que me han brindado tanto amor. Y en cuanto al amor ¡corría por que corría porque no tenía otra cosa más que correr! ¡Paz venezolanos paz!

     Y así queridos lectores y lectoras que tienen la infinita paciencia de seguir estas líneas,  fueron pasando los días. Llegaba al búnker en mis entrenamientos diarios, sin entrar para no molestar a personas tan ocupadas; excepto una vez que me vi obligado a traspasar la puerta por cansancio. Sentado por pocos minutos al lado de mi hija recuperando la respiración y tomando un sorbo de agua fui sorprendido por James Grant (Production manager) que entraba con una comitiva, quien al verme exclamó sorprendido: ¡ My god, we have Moses sitting here !,  palabras premonitorias de una historia que apenas acababa de empezar, que circularon por la edificación en el boca a boca y que de alguna manera reflejaban la fantástica experiencia que el destino me tenía deparada.


  RPI 00/2015/1462 Madrid
Copyright: Pedro Alberto Galindo Chagín
                                                                                                 

8 comentarios:

  1. Mis respetos, querido primo. ¡Qué bien escribes, qué bien piensas, que bien actúas junto a tu querida familia en tierras lejanas sin olvidar tu terruño y tu tierra grande: Venezuela. Me siento orgullosa, Pedro Alberto de ser parte de tu familia. Que Dios bendiga tu hermosa vida familiar y tus proyectos.

    Muchos abrazos de tu gran admiradora,

    Myriam

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    2. Gracias a ti querida Myriam por presentarme este mundo de letras, puño y corazón. Mis respetos son para ti querida prima, escritora de cuentos y poesías que despertaste mi ilusión y me hiciste atreverme. Dios bendiga a nuestras familias y a todas las familias del mundo. Gracias.

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  2. Hola Pedro.. una vez cuando fui a Tabay con la francesa, ella me dijo "estan locos... como dejaron todo, para venirse aca? que van a hacer con los hijos? van a vivir como indigentes!!" y yo le respondi "cuidado, y los que terminamos locos somos nosotros!!"... Gracias por compartirnos los frutos de sus locuras, y mostrarnos que el amor lo puede TODO!! Gracias amigo..

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    1. Amigo Henry tus palabras son sencillamente maravillosas, has reivindicado un estilo de vida, gracias por comprendernos en aquel entonces y el ahora, gracias a ti, amigo...

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  3. Gracias por mantenernos al tanto de las hazañas de la familia. Nosotros siempre los hemos admirado. Muchos abrazos

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  4. Nosotros siempre los hemos admirado y estamos pendientes de las hazañas de la familia. Un abrazo desde nuestra dolida Venezuela.

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    1. Mi admiración para ti amiga y doctora Nancy Boede, por tu esmerada atención a "Combatiente" cóndor andino - Proyecto Cóndor. Valle de Mifafí. Edo. Mérida. Venezuela - cuando aquella bala interrumpió su vuelo y fue a dar agonizante a tu clínica donde, a pesar de sus picotazos: ¡ le salvaste la vida ! Gracias.

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