sábado, 25 de octubre de 2014

(Capítulo VI) La ensoñación. Mi experiencia en Exodus.

   
Hoy correspondo con estas letras a quien me lee; de la única forma que conozco de retribuir la gentileza: dando. Pero ¿Qué puedo ofrecer a ustedes que lo merecen todo? A quien se despierta con el corazón desbordado por un nuevo amanecer, o a quien se acuesta afligido por una gran pena. Ah, si pudiera darles un ramo de rosas rojas se las daría, pero no puedo, al menos no de las de verdad.  ¿Y si comparto con ustedes mis incógnitas en cuanto a la película y el paralelismo que me tocó vivir?  Ya sería un comienzo, una forma de entrega. Una compensación a su dedicada atención a quien escribe. Quizás pudiera aportar alguna clave para despejar algún panorama actual que les atañe.


En estos capítulos he tratado de abordar el tema; apegado a la sinceridad y autenticidad de los hechos. No podría ser de otra forma. Sin embargo, mi alegría mayor sin duda no es la de ¿figurar? en esta "cinta" memorable y épica sino, el constatar -por la oportunidad que me brindan- que el filme sin su "presencia" sería una ficción. Ha nacido Exodus porque han nacido ustedes, en mí; permitiéndome entrar en sus casas. De no ser por esta puerta abierta -cobijo del caminante- no quedaría huella de esta vivencia: sería como "aquel árbol que cayó con estruendo en el medio de un inmenso bosque, entre millones de ellos" ¿sucedió? Pero..., si lográramos conectar con ese hecho, aún en medio de los sueños... Entonces ese árbol cobraría vida: le brotarían largas y leñosas piernas, sus brazos llegarían al suelo, su envejecido rostro sonreiría como "un espíritu del bosque", tallado en la madera. Fíjense en el cosmos: todo ocurre y poco o casi nada sabemos. He allí la distancia que nos separa de las estrellas. La humanidad pasa por el período del árbol caído, pero hay indicios que vamos despertando; si no fuese así, no habría caos. Por más máquinas que se envíen al espacio, ninguna llegará antes que el pensamiento.

    Lo que me apena en cierta forma, y debo decirlo, es utilizar estos valiosos recursos de las nuevas tecnologías; para contar mi historia. Esa facultad, si es que puede llamarse así, debería ser utilizada para contar la historia de los árboles caídos del bosque, que no tienen dolientes. A ellos pido disculpas por la imperdonable omisión, y a ustedes, por desviar su tiempo de casos, con toda seguridad, más importantes que el que nos ocupa.

    Dicho esto, entremos en materia...

    Cuando estamos en la calle, o en nuestras casas y observamos los seres vivientes y los objetos en un momento dado;  generalmente no cambian y son, sin lugar a dudas, lo que parecen ser. Los percibimos muy acertadamente, con nuestros sentidos en cuanto a dimensiones, volumen, peso y movilidad, por no entrar en detalles. Por ejemplo: Un hombre es: un hombre. Un perro es: un perro. Un semáforo en el tráfico es, y valgan las redundancias: un semáforo. Un automóvil es tan real, que de hecho, nos detenemos para no ser arrollados. Una silla en la casa, es un mueble que tiene determinadas funciones que sin duda conocemos. Es decir, vivimos inmersos en un mundo material, con un catálogo de imágenes comprensibles y abarcables para nuestra mente.

   Pero en el rodaje de una película y más aún: una superproducción, todo esto cambia y afecta la manera de ver los elementos que nos rodean. Sobre todo se hace más evidente, cuando, como en nuestro caso, pasamos a vivir en el descampado; por infinidad de horas, casi de sol a sol. Exodus nos exigía una movilización constante. Poco tiempo al reposo y una sucesión de escenas, con cierta orientación, pero poca información. Es decir, muchas veces no sabíamos en que parte del rodaje nos hallábamos. Conformábamos entre una y otra cosa, un pueblo nómada en el medio de las grandes extensiones de la isla canaria de Fuerteventura, que desconocía su rumbo. Todo era real, pero al mismo tiempo una invención. El mundo de las tres dimensiones, con la característica de los objetos -que antes describimos- desaparecía cuando se ponía un pie, en la locación. Si sumamos lo espectacular de las zonas escogidas, el misticismo que rodea cualquier tema bíblico o religioso y el rol que nos correspondía como figuración; podrán ustedes comprender, que la mente comenzara a divagar entre el mundo real y, el fantástico. La línea que nos separaba de la ilusión y el realismo, era sutil.

   ¡Se va a matar!, gritó una persona ¡Está a punto de precipitarse al abismo!, escuché. Efectivamente, en una curva del camino, azotados por el viento, cuando veníamos subiendo un centenar de extras que a duras penas tratábamos de alcanzar la cima, la vimos. Era una criatura pequeña, con ciertos rasgos femeninos. Que por razones desconocidas había saltado el protocolo de seguridad -que estrictamente seguimos- y se había subido a una roca que peligrosamente asomaba al vacío. Una caída, un tras pie, sería mortal. Por el apremio del momento el corazón se me aceleró. La adrenalina me brotó de golpe; y supe que estaba enfrente de una situación de emergencia que, como "marshal" encargado y más próximo, me tocaba solucionar. No tenía escapatoria. Todos esperaban que hiciera algo.

    Todavía traumatizado por el episodio anterior con aquella cría que perdí; me aventuré a avanzar e ir al rescate de la menor, que se encontraba en riesgo, haciéndole inútiles señas con las manos. Estudié varias estrategias para aproximarme, y asirle por la cintura: todas las deseché. Parecía una estatua de barro seco, como  petrificada,  sobre el risco donde se encontraba. Sus brazos colgantes, el pelo sucio y encrespado y su rostro terroso, contrastaba con unos ojos de azul profundo, que le daban un aspecto fantasmal. Su ropa de lana deshilachada, atada con una banda ceñida a la cintura,  se batía con el viento, dejando ver unas piernas fuertes y bien plantadas, sobre unas zapatillas amarradas con trenzas de cuero, hasta las rodillas. Retadora y arrogante nos contemplaba desde lo lejos, sin mover un solo músculo. Detrás de ella el cielo abierto y el asombroso escenario de montañas y mar, enmarcaban un lienzo sobrecogedor. Nadie entendía como llegó hasta allí. Me acerqué con sigilo, y fui ganando altura como indiferente para no asustarla. Mis compañeros me observaban. Me aproximé con tanto cuidado como quien pretende atrapar un pájaro. Sentí miedo por la altura y el vendaval que, además de arrojarme arena en los ojos, batía mis cabellos, impidiéndome ver. Ya, a pocos metros de ella y después de un gran esfuerzo, me atreví a hablar:

_Hola ¿Qué haces allí?, le pregunté.

     Inútilmente, pues no respondió. Pero ahora si pude verla con claridad. Una chica en plena adolescencia: retadora, insubordinada, arrogante; quien seguro se le había escapado al equipo que custodia a los menores "estarían angustiados buscándola", pensé. Miré la roca sobre la que estaba y calibré el peligro ¿Cómo es que no tiene miedo?, me pregunté, acercándome más. Ni se movía y mucho menos me quitaba la mirada de encima. Se mantenía en silencio, impasible. Fue entonces cuando me decidí. Le dije con autoridad y en tono fuerte:

_¡Baja de allí y ven conmigo!, extendiéndole la mano.

    Ella, me miro impávida, desde la altura en que se encontraba, con una seriedad que asustaba. Nunca olvidaré aquella imagen que, sobre la roca, contrastaba con aquel conmovedor escenario,  como nunca olvidaré sus palabras:

_ "Soy una especialista", acotó secamente.

    "¡Oh Dios! ¡Oh Dios!", dije para mis adentros. Junté mis manos en posición de orar y, pidiéndole disculpas, regresé a mi posición. Se trataba de una persona adulta, de aspecto circense, de unos treinta y tantos años, con fisonomía, porte y estatura infantil, que en el cine se utilizan para las escenas de alto riesgo, donde intervienen menores. Tienen un entrenamiento físico riguroso; y realizan acciones asombrosas en la filmación. A partir de ese día, la vi -a ella y otros especialistas- ejecutar todo tipo de acciones peligrosas. Se me hizo frecuente observarlos nadar en el fuerte oleaje de esta isla atlántica, para posicionar el cuerpo plástico de algún "animal muerto", de una escena en particular. O, correr frenéticamente delante de nosotros escapando del horror, o aparecer en tropa sobre los altos riscos y lanzarse desde las alturas, como marionetas.

   El último recuerdo de esta especialista que conservo fue encaramada  sobre el lomo de "un gran toro", a varios metros de altura. De noche, alumbrada por la luz de enormes pilas de leña ardiendo, su figura delirante manoteaba sobre la bestia, chillando como posesa. Mostraba con descaro sus bien torneadas piernas; mientras cabalgaba riéndose a carcajadas, blandiendo una daga en plena sublevación. Yo abajo, danzaba borracho. Delirante. Junto con cientos de personas más. Una mujer me halaba por las ropas; caía de espaldas en el medio de la bacanal. Mi boca babeaba y mi lengua probaba la tierra. Mis brazos eran mis piernas, y mi cuerpo reptaba. A mi alrededor: un pueblo bullicioso y lujurioso bailaba al estrépito de los tambores. La noche era oscura. El fuego brotaba  como magma, desde el mismo centro de esta isla volcánica. Tronaba.

    Y así, entre una escena y otra. Entre un día y el siguiente; aprendí en el campo y sobre la marcha, a sopesar si las situaciones de peligro eran ficticias o reales. La vida misma se convertía en un acertijo. Con mi brazo en alto, encaramado sobre un peñasco  -y con la autoridad que me había sido conferida- indicaba el camino a decenas de personas, que en masa caminaban tras de mí. Ante las bifurcaciones del escarpado y las interrogantes de la subsistencia, debía elegir la ruta correcta, so pena de desbarrancarnos. Guiaba a mi pueblo con pasión, como Moisés al suyo.

   Cansado y muchas veces sin comprender tantas circunstancias asombrosas que pasaban a mi alrededor, me recostaba de alguna gran roca; que súbitamente cedía ante mi peso y se volteaba. Presuroso la colocaba en su lugar para no evidenciar mi torpeza. Se trataba de una roca de cartón.


   _ ¡Mira! le dije a una compañera en pleno rodaje; cuando perseguidos, hambrientos y cansados arribamos a una inhóspita playa, para ponernos a resguardo de la persecución. ¡Mira lo que encontré!, repetí, asombrado. Sostenía entre mis manos un pesado y escamoso pez; con grandes ojos y aletas, seguramente arrojado por el mar, a la orilla. Ella me indicó, que lo llevara al grupo de mujeres que, tendidas en la arena, bajo una improvisada choza, preparaban la comida. A mi alrededor, unas trescientas personas recogían pequeñas ramas, palos, raíces o cualquier rastrojo que sirviera para hacer fogatas. Para cuando entregué mi encomienda, ya me había dado cuenta que el pez; era de utilería. Una confección humana. Una evidencia más del mundo de ensoñación donde nos hallábamos. Más allá, apilados como cuerpos en las guerras, un montón de cadáveres humanos se descomponían a pleno sol.

   Era muy frecuente que nos preguntáramos ¿Estarán filmando? Ya no sabíamos distinguir del mundo real del irreal. "Ridley nos está embelesando", pensaba. ¿Estamos rodando Pedro?, me preguntó una voz.  A la que contesté: "estamos rodando desde que nacimos".

   Hace treinta y ocho años (1976) hice unas ilustraciones, mientras laboraba en el departamento de Larga Distancia Internacional, en la ciudad de Caracas. Mientras atendía a los suscriptores por teléfono y, en el descuido de los supervisores, colocaba entre mis piernas, alguna tarjeta vacía, (utilizadas para rellenar los datos) y, por la parte posterior, dibujaba.

     Estando en el rodaje y por los eventos sorprendentes y enigmáticos que acontecían en la isla, esos dibujos me llegaron a la mente, como flechas:



    continuará...


Copyright: Pedro Alberto Galindo Chagín RPI 00/2015/1462 Madrid

    

    

4 comentarios:

  1. Que locura maestro, una pérdida clara de la realidad. Aunque quien se aventura a asegura que lo que vivimos es una realidad, o somos meras hormigas observadas por otros seres. Fina línea la que separa realidad y ficción. Pero usted no me pierda el norte que quiero saber como continua. Además quiero decirle que me encanto ver la foto de introducción. Pero que bien tallan sus alumnos, no me extraña teniendo tal maestro jajajaja.
    Yenny

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  2. Lucura de mujer tú Yenny, querida y admirable amiga y participante del taller de talla de madera, que hemos formado juntos. Honor el mio de tener tu obra expuesta en este blog. En la mirada de ese rostro, elaborado por tus manos, está la entrada al mundo de la "ilusiones". Gracias.

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  3. Querido Pedro!! Como siempre estamos muy pendientes de tus aventuras. Nos encanta tu blog!! Eres muy bien narrador, siento que estoy al lado tuyo compartiendo experiencias en la filmación de Exodo!!

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    1. Amiga Nancy es un gran placer tenerlos cerca. Y compartir con ustedes, aunque sea a través de estas aventuras, gracias ¡¡¡

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