martes, 18 de noviembre de 2014

(Capítulo VII) Mi mula y yo. Mi experiencia en Exodus.

   
   Hallándome sentado sobre una piedra en el medio de la inmensidad de los parajes escenográficos de la isla de Fuerteventura. Y, en las altas montañas que circundan la majestuosa locación de la playa de Cofete, mejor conocidas como El Mirador de los Canarios; contemplaba desde mi improvisado asiento a pocos pasos de mi persona, al actor Aaron Paul (Jesse Pinkman en Breaking Bad) con su atuendo bíblico. Personaje que, probablemente cansado de las rutinarias esperas entre los rodajes, mataba el tiempo alimentando con ramas..., a un camello.
   
Quién diría que pocos meses antes había entrado en sintonía, a través de la pantalla de mi televisor,  con  la serie estadounidense “Breaking bad”. Serie ésta,  aclamada por la crítica y considerada una de las mejores de todos los tiempos en ese país y de la que disfrute particularmente de la actuación de Aaron Paul en su papel de “Jesse Pinkman”, el amigo del profesor. Era imposible en ese entonces imaginar que, poco después,  el destino me colocaría al lado de éste actor, en una situación casi surrealista; como la que estoy describiendo: vestido de pastor, ¡en ese lugar!,  a seis mil kilómetros de mi ciudad natal y frente a frente con unos camellos.

   Pero no fue la presencia del intérprete de  "Josué" en la película de Ridley Scott lo que llamó mi atención; sino la grandeza de estos dromedarios que, ambientados en sus escenarios originales, lucían auténticos y dignos como hace tres mil años. Qué noble cabeza y magnífico animal. Y qué de historias encerraban los grandes callos que se forman en  sus pechos y rodillas, producto de la tracción al levantarse o arrodillarse, para servir a la humanidad. Con su boca grande de fuertes labios, tomaba la comida que le ofrecía el actor, mostrando unos dientes bien formados y una expresión en sus ojos de inmensa sabiduría, contenida en infinidad de relatos legendarios. Sacrificados animales que han aprendido a contener la sed, para que beban los demás, desde los anales de la historia.

   Pues sí. Exodus no sólo tuvo "bípedos y bípedas" en la actuación, sino que decoró sus escenarios con múltiples animales, entre ellos: camellos, cabras, mulas, caballos, perros, aves...; Como anécdota puedo decirles que al haberse contratado prácticamente la totalidad de los camellos de la isla para el rodaje de la superproducción, las fiestas del Día de Reyes se vieron comprometidas por la falta de estos animales en los desfiles de los Tres Reyes Magos, corriendo el riesgo que lo hicieran a pie. Hubo que hablar con Ridley, para que prestara tres de estos camellos, para el disfrute de la chiquillería, la tranquilidad de las autoridades y el mantenimiento de la tradiciones de la isla.

   Pero si el compartir escenarios con camellos era emocionante y sobrecogedor; la entrada de Zerpa con sus cabras nos dejaba boquiabiertos. Extendidos por los parajes donde nos hallábamos cientos de personas -como si de un ejército en retirada se tratara- aparecía repentinamente por uno de sus flancos y al grito de ¡Jaira!¡Jaira!¡Jaira! Zerpa el pastor, con sus docenas de cabras. Llegaban a poner orden y modificar los tiempos del guión. Qué espectáculo indescriptible y qué gran emoción sentíamos los presentes con la aparición de estos animalitos, por demás hermosos. Al frente y enarbolando una gran vara entraba orgulloso su pastor, dirigiendo la manada. ¡Jaira!¡Jaira!¡Jaira!, gritaba. Cuánta dignidad y cuánta historia resumida en una secuencia, que quedará para la posteridad. Detrás de él, sus cabras líderes -alimentadas desde pequeñas con biberón- cumplían las funciones de guía y orden de las demás. Y a los lados, los otros pastores y los perros correteando a las cabras rezagadas. Mi amigo Zerpa era quizás, entre la figuración y protagonistas -al igual que quienes guiaban a camellos, burros y mulas- de los pocos personajes auténticos en su rol, ya que su condición de pastor es innegable, como innegable será la impresión imperecedera de su figura y sus cabras,  en el celuloide.

   De la procedencia de los caballos no estoy tan seguro. Embarcados de países lejanos y con sus entrenadores y jinetes a cuestas, estos  animales son especialmente adiestrados para el rodaje de películas. Además de conservar la belleza de su estirpe, reciben un entrenamiento riguroso para el mejor desempeño de sus funciones, entre las cuales destaca evitar, a toda costa: atropellar a los humanos en las escenas de riesgo. Como de hecho ocurrió frente a mí, cuando uno de ellos golpeó accidentalmente a un figurante, saltando por encima de él sin hacerle daño. Fue una escena donde el pueblo errante debía permitir que la caballería, súbitamente alertada sobre la presencia del enemigo, girara y regresara veloz entre la gente, para contraatacar -en la retaguardia- a quienes nos daban alcance. Depositábamos entonces, toda nuestra confianza, no sólo en quienes los montaban, sino en la inteligencia de los animales, su entrenamiento, intuición y sentido de cuidado a las personas. Pasaban a nuestro lado como criaturas gigantescas y fantasiosas, provenientes de otros mundos. Llevaban en sus lomos a sus jinetes a la guerra, sin tropezarnos, a pesar de nuestros miedos.

    Ya podrán suponer que, dentro de toda la parafernalia que representó exodus, sus locaciones y ciudadelas; también se levantaron grandes aposentos y carpas para guardar a los animales. Conformaban una tropa de decenas de ejemplares, con sus cuidadores originarios, veterinarios, entrenadores y toda la logística necesaria para atenderlos de la mejor manera.

   En aquel vasto espacio arenoso, y en una de las travesías que como figuración hacíamos por ese territorio inhóspito pero cautivador de la isla, los pastores me ofrecieron un trago de leche de las cabras que estaban ordeñando. ¡Ah..., benditos animales!

   En un pequeño pocillo vertieron el precioso líquido que ha alimentado a la humanidad desde sus confines. Se adentró en mis entrañas en mi rol de pueblo, con la misma humildad que ha alimentado a los recién nacidos, de todas las especias de todas las épocas: ¡Ah... milagrosa leche de cabra, leche de madre!, tesoro de la humanidad. Bebiendo aquel líquido, con las montañas de Cofete como marco, el cielo encapotado y misterioso arriba,  y el Mar Atlántico de fondo..., sentí..., que renacía.


 ... y si de animales y renacer se trata, aquí les dejo este recuerdo de mi mula y yo:

¡Arre mula! ¡Arreeeeee! ¡Arreee mula porfiada! ¡Arreeeee! Gritaba una y otra vez al testarudo animal que se obstinaba en desobedecerme. Justo a la entrada de una espléndida planicie y a cuatro mil metros de altura sobre el nivel del mar; me hallaba sobre los lomos de una mula terca, muchos años antes. Venía en procesión ascendente y muy distanciado de la expedición que habíamos conformado un grupo de personas,  para llevar medicinas y otros enseres a la aislada población de El Páramo de los Conejos, en mi amada Venezuela. Los aires andinos habían hinchado mis pulmones y acrecentado mis energías. El deseo de llegar primero que el grupo de salida -incumpliendo una de las reglas de oro de los andinistas, que es la de no viajar solo- me impulsó a cometer la imprudencia. Cabalgaba a mi animal de forma mecánica y distanciada,  característica citadina muy propia de quienes nos consideramos, la especie superior.

   ¡¡Arre mula, arreeee!!, volvía a repetir y la mula se empeñaba en no cruzar la verde llanura que se nos ofrecía generosa en el horizonte. Única superficie en todo el camino con la planitud de un aeropuerto. Descanso merecido a riñones, espalda y piernas después de subir una kilométrica cuesta por muchas horas, mayormente a pie. Mi mula prefería el camino de las rocas cortantes que resaltaban torturadoras a los lados de las montañas. Y por más que la azuzaba se obcecaba en desobedecer, haciéndome perder un tiempo valioso.

"¿Pero por qué te empeñas en irte por las piedras?" , le reñía como si entendiera. La mula asustada por mis continuos requerimientos, regaños  e hincadas de talones en sus flancos, terminó por tumbarme en el medio de aquel solitario paraje, alejado de todo dios. ¡¿A dónde vas?!, grité. ¡¡Vuelve aquí!! Pero lejos de acatar mi orden el torpe animal huyó de mí, "como quien huye del diablo". Se dirigió veloz hacia los extremos de aquel campo de minúsculas flores evadiéndolo y encaramándose sobre las peligrosas rocas de los costados de la montaña. Allá se fue corriendo, con mis enseres y la esperanza perdida de que volviera. ¡¡ Oh tonto animal!! Como si no tuviera mis piernas para caminar ¡Ja!

    Superada la situación de haber perdido a la mula; decidí entrar feliz a disfrutar de aquel mágico paraje andino. Lleno de energía caminaría a donde fuera y recorrería el trayecto que faltaba para arribar al poblado, en un santiamén. Me sentía dueño de todo y capaz de mucho más. Aquel suelo plano ¡por fin! aliviaba el cansancio acumulado de tantas horas de subida por camino agreste y pedregoso. Reposaban mis pies en la suavidad del terreno mohoso y retomaba la verticalidad de mi cuerpo; sinónimo de la inteligencia humana.

   Caminar por el páramo andino es como recorrer los altares de la tierra. Rodeado de gramíneas, frailejones y pequeñas plantas de hojas duras y peludas, se tiene la sensación de que ningún pie ha horadado aquellos campos impolutos. Con suerte se ve algún inquieto conejo saltar y hasta un pequeño venado. El clímax se presenta si además pasara por encima de nuestras cabezas el majestuoso cóndor andino. El espíritu se regocija de agradecimiento al contemplar la belleza de esos parajes. El cielo, de azul profundo,  se abre en toda su inmensidad. Caminar por aquel césped me hizo adorar la vida aún más y abrir mis brazos en comunión universal. Reía y giraba sobre mi eje como un niño en un campo de juegos. A lo lejos veía a la mula saltar desgarbada sobre incómodas rocas, dirigiéndose con prisa a su caserío. Pensé entonces lo que diría a su dueño en el poblado: "Esa mula caprichosa se empeñó en tomar el peor de los caminos, ya aparecerá".

    Ensimismado en mis pensamientos y aún con una sonrisa de alegría en mi rostro; habiendo entrado unos cien metros en aquel campo floreado y húmedo; súbitamente la tierra cedió bajo mis pies. Sentí como si  me deslizara sobre un tobogán. En cuestión de segundos, la sólida tierra debajo de mi había desaparecido y me sumergí violentamente en una especie de laguna de barro que, en menos que nada,  comenzó a tragarme. Golpeé con mis brazos desesperado la  escasa solidez que a tientas alcanzaba, y por reflejo clavé mis codos como palancas. Afortunadamente y a pesar de haberme hundido hasta la cintura, mi espalda golpeó algo duro que sobresalía, quizás una roca semi hundida. Así que, con terror a moverme, quedé, en el medio de la nada, cubierto de lodo, boca arriba y sumergido hasta el ombligo, en aquel charco. Entendí entonces que estaba sobre tierra movediza y que había caído en un pozo baboso que al más mínimo movimiento me engulliría. Decidí no moverme y esperar a los demás, inútilmente, pues  venían muy distanciados detrás de mí y seguramente por otro camino. Temí al frío glacial  y a las nubes que me cubrirían al anochecer.

    A los pocos minutos en esa incómoda posición, el tiempo se me hizo eterno y mi horror fue mayor al comprobar que me hundía cada vez más. Mi rostro y cabellos estaban empapados de aquella sustancia viscosa y pegajosa. Había desaparecido mi cintura y el barro ascendía hacía mi pecho. Todavía desde esa absurda posición, con lo poco de mi cuerpo que aún quedaba visible; pude ver a la mula que corría serpenteante y lejana por los laterales de la  montaña. Me sentí ridículo. El corazón se me llenó de congoja y vergüenza, sentí ganas de llorar.

    Recuperado el ánimo y con los brazos en posición de salta monte, decidí salir. Si respiraba me sumergía más. No respiré. Cerré los ojos y lentamente con los codos palanqueando empujé hacía arriba, para salir de aquella horrible trampa. Era inútil gritar nadie excepto las criaturas de los páramos me escuchaba. Ya no pensé. Y me arriesgué a salir a toda costa. Tiré y tiré y empujé desesperado con mis codos y mi cuello, sobre aquella masa informe y pastosa. Logré con mucho esfuerzo despegar las piernas de las profundidades de ese abismo y lentamente voltearme sobre mi estómago. Como reptil repté. Enterré mis dedos profundamente en el borde tratando de asir algo sólido. Algunas raíces me dieron algo de seguridad y así, en máxima concentración,  lenta y  desbaratadamente logré salir. Quedando acostado sobre mi vientre,  liberado de aquel pantano que casi me tragó.

   Una vez de pie un escalofrío recorrió mi cuerpo al pensar que si me movía, la tierra me tragaría otra vez. Era lo mismo que caminar sobre un campo minado. Decidí regresar sobre mis propias huellas, que se borraban con la humedad. Salté torpemente sobre mi rastro y terminé corriendo para alejarme de allí "como quien huye del diablo". Una vez llegado al lugar donde me tumbó la mula; decidí seguir su rastro entre las piedras; verificando dolorosamente, que había perdido una de mis botas de goma. Mi cuerpo estaba cubierto de fango.

    En ese estado deplorable, sin equipo, sin calzado, muerto de frío y con aspecto de  zombi arribé, casi al anochecer, al poblado. Mi mula, despojada de sus arreos, pastaba indiferente. Por un momento batió su melena y siguió comiendo...

  Años después... en Exodus, en una  escenas del rodaje, donde como figuración empujábamos una destartalada carreta que, tirada por una mula, se atascaba entre las rocas; uno de mis compañeros, en su desesperación,  se quejó amargamente y culpó al animal.  Yo, le repliqué contundentemente:

    ¡¡¡Tranquilo hombre¡¡¡,  que la mula...,  la mula sabe lo que hace...



- Pedro, ¿dónde está Dios?,  me preguntó una persona en una oportunidad.
- No lo sé, respondí.
-Pero debe estar en algún lugar, ¿no?

Entonces mirando a mi alrededor le dije que a veces lo tengo claro y otras veces no; pero que de estar en algún lugar, no será en las grandes edificaciones donde se encuentre, sino dentro de los cuerpos de los perros abandonados. De esos animales que caminan famélicos buscando inútilmente algo que comer; y que con sus pieles pestilentes y llagadas nos ahuyentan. Si yo fuera Dios habitaría allí, y miraría con ojos tristes a la humanidad.

  Si los animales gobernaran la tierra; si no hubiese humanos; el equilibrio del planeta estaría asegurado. No habría hambrunas ni refugiados ni desplazados. No se conocería la guerra, y la contaminación del aire, las tierras y los océanos sería desconocida. No se fraccionaría el mundo en  países, no existirían los límites y las fronteras. No se hablaría de naciones ricas y pobres.

  Es posible que nuestra suprema inteligencia haya alcanzado  niveles de desarrollo nunca antes imaginados. Pero, ni la sociedad más brillante y adelantada es capaz, ni por asomo, de mantener un planeta en perfecto y armonioso orden ecológico, como el que mantendrían los animales.

    Si existieran dos planetas como el nuestro, uno de humanos y otro de animales; la supervivencia de sólo uno de ellos estaría garantizada por miles de años.

   ¡Qué viva la figuración animal de Exodus: Gods and Kings¡ ¡Que vivan los animales de este mundo y todos los mundos!

    Y..., que alguna vez..., sepan perdonarnos.


   A pocos días del estreno mundial de Exodus: Gods and Kings, poco o casi nada me queda por agregar en cuanto a mi participación como figurante en esta película. Sin embargo estas palabras estarían incompletas si no agradeciera  la oportunidad que se me dio de ser un obrero más en esta superproducción. Ha sido sin lugar a dudas una de las experiencias más gratificantes de mi vida. Un privilegio. Conocí lugares y geografías increíbles y alterné con gente maravillosa. Cómo agradecer la gentileza, cariño y fraternidad de quienes me brindaron una amistad desinteresada y generosa: el equipo de producción, casting, maquillaje y peluquería, vestuario, transporte, drivers, catering. A la  gente de "El bunker" corazón neurálgico de Exodus. Y por supuesto a mis compañeras y compañeros extras a quienes serviría mil veces como su "marshal". Y un máximo agradecimiento a la población de Fuerteventura y sus mágicos paisajes. Ejemplo de ciudadanía y buena educación. Si estas letras alguna vez llegarán más allá de los pequeños rincones en los que habito; le gritaría al mundo: ¡Qué bello lugar es Fuerteventura! ¡Gracias! y gracias a ¡todo exodus! tanto como  a mi familia por impulsarme y sobre todo,  a ustedes por estar allí.

  Pero si a alguien debo distinción es al señor director Ridley Scott y su equipo, no sólo por la majestad del proyecto en el que estamos inmersos, sino por haber confiado en mí, aquella mañana que pasamos juntos con Christian Bale, en algún punto de la locación de Cofete. ¡Cómo no corresponder las palabras de afecto que me dirigió!

  He basado los relatos fundamentalmente en mis recuerdos. Poco he investigado en los medios de comunicación. Casi nada sé de cine y actuación; menos de escritor. He narrado de corazón sin más apoyo que el sentimiento. Temo pues que haya cometido imprecisiones o peor aún: omisiones de personas y lugares. Pido perdón. He extendido mis palabras más allá de lo que nunca hubiese imaginado; miro hacia atrás y me sorprendo de haber escrito tanto. Ni siquiera me lo propuse. No sé si haré otro capítulo; no sé qué veremos en la pantalla: no sé qué sentimientos despertará.

   Pero..., si con el permiso de quienes me leen, pudiera hablar en representación de toda la figuración y aún más, de todo el personal que trabajó incansable durante meses, para la consecución de la película; orgulloso diría desde mi modesta posición de "extra": que realizamos un trabajo ¡Bien hecho! "¡Well done!". Con intensidad, coordinación, mística, inspiración, sacrificio  y profundo amor. ¡Misión cumplida!  Seguro estoy que quienes allí laboramos recordaremos esta experiencia el resto de nuestras vidas, como un canto a la aventura, la amistad y a la persistencia del espíritu artístico de la humanidad, que subyace en lo más interno de cada uno de quienes participamos . Soñaremos y sonreiremos más.

   En lo personal queridos amigos y amigas que me han seguido a través de estas líneas; si por algún motivo las estrellas que nos acompañan, el cariño de quienes nos aman, y las fuerzas del universo llegaran a conspirar para impulsar a éste, su humilde servidor, aún más lejos: ¡Hacía los mundos de la fantasía! Entonces, señalando el camino hacía la libertad..., diría a Moisés...

 "¡¡¡Vengo del mar!!!"

                                                                     Copyright: Pedro Alberto Galindo    RPI 00/2015/1462 Madrid  

6 comentarios:

  1. Guau¡¡ Cuando pienso que ya no me puedas sorprender te arrancas con esto. Me quedo perpleja cuando escucho tus correrias por esos mundos de Dios. Esta anecdota si que no la sabia, y hace que me despierte aun mas curiosidad por todo lo que se guarda en el tintero. Es algo que empiezo a apreciar en ti, te da un cierto aire de misterio jeje. Este capitulo me ha encantado, creo que pocos valoran como tu lo has hecho, a todos los animales que aparecen en las grandes producciones como estas. Los cuales si no estubieran crearian un gran vacio. Estoy totalmente de acuerdo en que para el ser humano sentirse superior a otros seres, tenemos el instinto muy poco desarrollado. Y que arriesgo de parecer una mula, esta te dio una coz en el orgullo jajaja. "Maestro" me gusta llamarte asi. Cuando lo digo no pienso solo en que eres la persona que me enseña a tallar la madera, conocerla, mimarla, entenderla y respetarla. Cuando te digo Maestro me refiero a muchas otras cosas que me as enseñado a lo largo de los años compartidos, y he de decir que todo lo que he aprendido me ha hecho ser mejor persona y por ello te doy las gracias "MAESTRO"

    P.D. Ay¡¡ me daria mucha pena que dajaras de escribir el bloc. que ya es para mi como una droga, jaajjajaja
    Yenny

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  2. Qué bonito escribes Yenny, y cuánto sentimiento transmiten tus palabras, gracias.

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  5. Yenny, tus palabras reflejan el sentimiento de más de una persona, gracias por llenar de cariño y alegría, junto con los hermanos de escuela, la vida de mi padre.
    Saber que tiene sus discípulos, y no me refiero solo al arte de la madera, me llena de alegría.

    PD: yo también quiero que siga con el blog, estoy enganchadisima! ¡!
    ... Y cuando lo acabe, el libro en tapa de cuero!


    Un beso!

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    1. Jajaja gracias a ti marta por tus palabras, y esas tapas en cuero para el libro no faltaran, hoy le dije que ya solo le falta el libro para cumplir jeje.
      Un abrasote de esos que crujen.
      Yenny

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